Mi camino hacia la psicología: una vocación nacida de la empatía y la conexión humana Desde que tengo memoria, siempre fui esa persona a quien los demás acudían para hablar, desahogarse o simplemente compartir sus pensamientos más profundos. Recuerdo momentos en mi infancia en los que, a pesar de no entender completamente lo que estaba sucediendo en la vida de otros, sentía profundamente su dolor, sus alegrías y sus incertidumbres. Había algo en mí que me conectaba de manera especial con las emociones de los demás, como si su sufrimiento resonara en mi interior y despertara una necesidad genuina de escuchar, comprender y, en la medida de lo posible, ayudar. Esa sensibilidad, que en ocasiones me hacía sentir diferente, se convirtió con el tiempo en una fortaleza. No fue algo que aprendí; fue algo que siempre estuvo ahí, como una brújula interna que me guiaba hacia las personas, sus historias y sus mundos emocionales. Conectar con el otro nunca me costó. Podía sentir cuando alguien estaba triste, aunque no lo dijera, y podía identificar en sus gestos o silencios aquello que no se atrevía a expresar. Esta capacidad de empatizar se combinó con una curiosidad innata por entender el comportamiento humano. ¿Por qué alguien que parecía tenerlo todo se sentía vacío? ¿Por qué alguien que había sufrido tanto seguía adelante con tanta fortaleza? ¿Qué lleva a una persona a actuar de cierta manera, incluso cuando sabe que eso podría lastimarla o lastimar a otros? Estas preguntas comenzaron a llenar mi mente, y pronto entendí que encontrar las respuestas no solo era una cuestión de curiosidad, sino de propósito. La psicología es, para mí, mucho más que una profesión; es una forma de vida. Es un compromiso diario con la empatía, la conexión y el deseo de hacer una diferencia en la vida de otros. Si sientes que puedo ser la persona adecuada para acompañarte, estaré encantada de conocerte y de trabajar contigo en lo que sea importante para ti.